Durante apenas medio siglo las Islas Canarias pasaron de tener un modelo territorial basado en las actividades agropecuarias, a convertirse en uno de los destinos turísticos más importantes del mundo. La implantación del modelo turístico de “sol y playa” provocó la reorganización espacial en un doble sentido, los cultivos de exportación y áreas naturales fueron sustituidos paulatinamente por “resorts” turísticos, mientras que el impacto en las medianías y cumbres ha dado lugar a su abandono, la subutilización y/o el consumo de sus recursos en las nuevas áreas turísticas litorales.
A pesar de las crecientes de visitantes que hemos tenido en Canarias los últimos años, en la actualidad el turismo en las islas se enfrenta a graves contradicciones. Por un lado, es el principal motor de la economía, con casi el 40% del PIB regional y el sector productivo que más empleo mantiene o más puestos de trabajo genera. Por el contrario, la calidad del empleo, la cualificación de la masa laboral y la rentabilidad social del modelo no son los más deseables. A eso hay que añadir los costes de la insularidad, los impactos en recursos limitados como el agua y el territorio, así como la dependencia exterior para el consumo de energía y la importación de alimentos básicos de primera necesidad.